Autor: Fernando Aylwin

  • Volver a mirar: el reencuentro de un padre con su paternidad

    Volver a mirar: el reencuentro de un padre con su paternidad

    Ayer recibí la visita de Alberto quien me contó que su hijo menor, ya adolescente, no lo trataba bien y que desde pequeño había tenido ciertos roces con él. El objetivo de su visita era pedir algún consejo para mejorar la relación con su hijo.

    Empecé a indagar sobre cómo había sido la gestación de ese niño, si había ocurrido «alguna cosa», ya fuese durante el embarazo o inmediatamente después de haber nacido. Me comentó que este hijo llegó de manera sorpresiva, que se suponía que él y su pareja ya habían “cerrado la fábrica” y que, además, la situación económica no era ideal para seguir teniendo hijos (ya tenían tres). Incluso, una vez decididos a “cerrar la fábrica”, me confesó que él pensaba que «por fin» recuperaría la atención de su esposa, quien hasta ese momento había estado volcada en los tres hijos. A medida que conversábamos, este padre descubrió que le había costado aceptar la llegada sorpresiva de su cuarto hijo, quizás por alguna o por todas las razones anteriores.

    Luego le pregunté cómo había sido su relación con su propio padre. Alberto comentó que sus hermanos habían percibido la tensión de su padre, y que él nunca sintió que su padre lo mirara lo suficiente sin que esto lo hiciera un mal padre. Así, tomó conciencia de que su hijo menor era un reflejo de sí mismo y de la vivencia con su papá.

    Trabajamos en una representación. Yo tomé el papel de su hijo. Animé a Alberto a decirle a su hijo (a mí) que aun con toda su vulnerabilidad como persona, él era su único y mejor papá, y que junto con su mamá, le regalaron la vida. Que en ese momento de unión física, ambos, papá y mamá, dijeron que SÍ a su vida, y que en ese SÍ no hubo error, solo amor perfecto. Que siempre sería su papá, y que siempre ocuparía un lugar especial en su corazón.

    Alberto me dijo todo eso repitiendo cada frase que yo pronunciaba, y de esa forma se lo dijo también a su hijo. Este hombre, este papá, se fue muy tranquilo con una nueva visión de sí mismo como padre: un papá más humano y transparente, pero ante todo, un papá para su hijo menor.

  • Una armadura que se desvanece

    Una armadura que se desvanece

    Yo no necesito ninguna terapia. Solo vine aquí por aceptar el consejo de una gran amiga.” Entonces le pregunté a Mariano: “¿Qué habrá visto tu gran amiga en ti o en tu vida para atreverse a aconsejarte que vinieras hasta acá?”

    Así fue como el rostro de Mariano cambió, y su armadura de acero se convirtió en una frágil capa de lana que fue cayendo con el pasar de los minutos.

    Comenzó a contarme que está iniciando una nueva etapa laboral que lo tiene muy entusiasmado, y que implicará mudarse de casa y de ciudad, junto a su esposa y sus dos hijos. Pero le da miedo no poder ver a sus padres y alejarse de ellos.

    Mariano es experto en informática y especializado en comunicaciones. Tiene 30 años. Es una persona que nació dentro y junto a las comunicaciones más modernas, donde las distancias físicas ya no parecen ser un obstáculo y los límites se desdibujan. Sin embargo, frente a este nuevo desafío laboral que implica alejarse geográficamente de sus padres, siente miedo. ¿De dónde viene ese miedo?

    Al preguntarle por su infancia, sus padres y sus hermanos, me cuenta que son tres hermanos varones, y que él es el mayor. Sus padres siguen juntos y ambos tienen 65 años. La relación con ellos la considera buena, aunque dice que le tocó un padre muy frío, proveedor y machista. Se siente mucho más cercano a su madre, a quien llama “Su Chiquitita”. Ese comentario me llamó mucho la atención, lo que me motivó a preguntarle si durante su infancia pudo haber percibido alguna situación que representara una amenaza o peligro para su madre. Mariano se detuvo a pensar y me comentó que su padre tiene un capítulo muy oscuro, que no le gusta traer al presente. Ese capítulo habla de su papá alcohólico y que disfrutaba de la vida fuera del hogar. Eso fue un tremendo dolor para su madre durante muchos años.

    Aquí apareció el verdadero origen de su miedo a alejarse de sus padres, en realidad, el temor de dejar sola a su madre. En su interior permanece la imagen de una madre sufriente, herida por un hombre que no fue responsable con ella.

  • El peso de creerse perfecta

    El peso de creerse perfecta

    Priscilla vestía un elegante traje de dos piezas, lo que la hacía lucir como una ejecutiva de alto rango salida de una película típica de Hollywood. Llevaba unos anteojos sofisticados que acentuaban su mirada intelectual, y un peinado tan rígido que no permitía que un solo cabello estuviera fuera de lugar.

    “Me encanta planificar mi vida, me encanta saber qué voy a hacer, cuándo lo voy a hacer, cómo y quizás con quién. Solo así me siento viva”. “¿Y entonces cuál sería tu problema?”, le pregunté. Ella me comentó: “Siento un cansancio tremendo de todo”.

    Priscilla había sido una hija ejemplar, destacada en los estudios escolares y universitarios. Siempre fue un referente para quienes se cruzaban en su camino empezando por sus padres. Cada uno, por separado, podía llamarla una vez al día para contarle lo que hacían y preguntarle cómo debían proceder. Y Priscilla, muy pacientemente, les aconsejaba.

    Últimamente -me decía-, no tenía ganas de levantarse por las mañanas. Y que por las noches sentía como «si un camión le hubiera pasado por encima».

    “¿Alguna vez pensaste en ser solo la hija de tus papás?”, le pregunté.
    Ella me miró con una expresión extraña, y luego respondió: “Es que ellos me necesitan”.

    “¿Tienes más hermanos?”
    “Sí, tres más, que son mayores.”
    “¿Y ellos pueden ayudar a tus papás?”
    Ellos solo les dieron dolores de cabeza cuando eran chicos.”

    “Entonces, sientes que tenías que ser la salvadora, la ‘Super Girl’ de tus papás. Te transformaste en la hija perfecta para compensar todas las preocupaciones que tus hermanos les causaron. ¿Te parece justo que, siendo la más chica, hayas actuado como la más grande, incluso más que tus propios padres que llegaron a este mundo al menos treinta años antes que tú?”

    Priscilla comprendió con estas palabras el origen de su profundo cansancio. Sus ojos se humedecieron y comenzó a llorar lágrimas de agotamiento.

    “Llora —le dije—, por todos estos años. Llora por todo este cansancio, para que lo limpies y le permitas partir y salir.” Y ella lloró, libremente, durante unos minutos.

    Al final fue sintiendo que su pecho se iba soltando y a la vez se inflaba con cada respiración profunda. Se tocó la cabeza y, con los dedos, empezó a mover su cabello, soltando también la rigidez que allí guardaba hasta que su pelo se volvió largo y libre.

  • Esteban: sanar la herida de mamá

    Esteban: sanar la herida de mamá

    Tu voz por el teléfono sonaba a lágrimas contenidas. Cuando llegaste a la consulta, tus ojos estaban rojos, como si hubieras tenido un tremendo episodio de dolor.

    Así comienza la historia de Esteban, quien a los 18 años, partió de su casa materna en el extremo sur, por sentirse profundamente despreciado y desvalorizado por su madre.

    Esteban llegó a Santiago para surgir como profesional con una carrera universitaria. “Así nunca más tendré que volver a mi casa ni pedirles nada a mis padres”, decía.

    Al cruzar el umbral de su universidad conoció a Alicia quien sería años después su flamante esposa. Fueron 20 años que estuvieron juntos, al inicio entre libros y cuadernos, haciendo juntos trabajos para presentar a algún profesor, o trasnochando para rendir exámenes y seguir estudiando. Egresaron y luego se casaron. Fue entonces cuando “algo” comenzó a sentir Esteban. De a poco fue experimentando tristeza y falta de ganas de apoyar a Alicia. Fue así que ella trató de ayudarle. Fueron años en que Alicia intentó todo lo que sabía para levantar el ánimo de Esteban y darle esa alegría que ya no experimentaba. Era tan notoria su tristeza que en el mundo laboral y en el de los amigos, lo trataron como a un «niño vulnerable». Es que en realidad eso era Esteban, un niño frágil y vulnerado viviendo en un cuerpo de grande. Alicia se convirtió para Esteban en aquella mamá que en lo emocional nunca había tenido.

    Con el tiempo Alicia se cansó, no pudo continuar ejerciendo ese papel de mamá de Esteban. Comenzó a extrañar el hecho de sentirse mujer. Fue así que ella dejó a Esteban.

    “Parece que nada hago bien”, me contó Esteban. “Y no sé de dónde viene”. Fue así que revisamos su historia, y llegamos hasta la de su mamá, que antes de serlo, fue una hija que tampoco había sido mirada por sus padres quienes en realidad esperaron la llegada de un hijo. Así creció la mamá de Esteban, sintiendo que nunca pudo ser merecedora del amor de sus padres. Frente a esto Esteban cambió la perspectiva frente a su mamá. Nunca había pensado que detrás de su rabia ante ella, existía un dolor tan grande. Esto le ayudó a mirarla desde un lugar distinto y a mirarse él mismo de manera diferente permitiéndole descubrir que sí podía quererla, tal y como ella era aún con esa rabia y con ese dolor. Además tomó conciencia del esfuerzo que había hecho Alicia por reemplazar a su madre, algo que no debió haber ocurrido. Esteban pudo reconocer la grandeza de su madre y de su ex mujer, y mirar que el único y mejor amor que podemos dar y darnos es el amor que nace desde nuestro propio corazón.